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lunes, 29 de abril de 2013

Esclavo en el hipermercado


Esclavo en el hipermercado

Ésta es una historia de inmersión periodística, pero recorrida hacia atrás. En realidad es el relato de un hundimiento laboral reciclado como testimonio informativo. Informativo para los que todavía tienen la suerte de disfrutar de un trabajo digno en España, porque imagino que para muchos millones de empleados esta película es el bucle en el que tratan de sobrevivir cada día.
Después de más de veinte años de trabajo como periodista, la madre de todas las crisis me dejó por fin varado en medio de un páramo. Sin derecho a prestaciones –en mi último empleo trabajé como autónomo para una asociación sin ánimo de lucro que editaba un periódico, y que tras dos años y medio de leal dedicación me dio una mala patada, que yo recibí también sin ánimo ni lucro-  y con la cuenta del banco cada vez menos corriente, acepté un empleo como auxiliar de organización (como denominan eufemísticamente las empresas de seguridad privada a los trabajadores sin cualificar que apoyan sus servicios) en un hipermercado situado en una ciudad del cinturón sur de Madrid.
700 eurazos
El sueldo: 700 euros, siempre que cumpliera al menos 164 horas en cada mes. Horas trabajadas también en días festivos y domingos, por supuesto sin compensación alguna por esa anecdótica circunstancia, y en permutaciones horarias que pueden obligarte a terminar una noche más tarde de las diez y media para comenzar el siguiente turno a las seis de la madrugada. El mercado, y no ese dios que descansó el último día de la semana, es el que manda.
Me presenté en mi debut, a las 06.00  horas de una mañana de mitad de  noviembre, con mi uniforme de auxiliar a estrenar (jersey con el logo de la compañía que presta este servicio para esa cadena de hipermercados, corbata de goma elástica, camisa blanca…). Hacía mucho frío, tanto desde el punto de vista meteorológico como desde el personal, porque lo primero que te hacen percibir al comenzar este trabajo es que la jerarquización entre los responsables de patrimonio del centro, los vigilantes de seguridad y tú, el miserable auxiliar, una categoría que ni tan siquiera merece contar con convenio laboral propio, podría inscribirse directamente en el sistema de castas de la India.
A las siete más o menos, el compañero peruano que me trata de explicar parte del cometido de mi nuevo trabajo, apresurada y nerviosamente por la exigencia de su misión inmediata (abrir las puertas de acceso desde el centro al muelle de carga y la propia tienda), me presenta a V1, el jefe de equipo. Éste me saluda con indiferencia, y ni siquiera se toma la molestia de mirarme cuando se refiere a mí hablándole a mi introductor, como si yo no estuviera presente: “Sí, ya me han dicho que viene nuevo; que hay que explicárselo todo”.
Me entregan el cuadrante para lo que resta del mes, y veo que los próximos cuatro días, de jueves a domingo, mi horario será de ocho y media de la mañana a diez y media de la noche. Lo llaman doblar turno, pero en realidad se trata de una jornada de catorce horas sólo interrumpida por sesenta minutos, de tres a cuatro, que no te pagan.
Los códigos
Mi trabajo durante esos primeros días consiste en plantarme en el pódium, como llaman a la entrada de la tienda, y procurar que nadie acceda sin antes precintar las bolsas con compra procedente de otros establecimientos, o con mochilas sin ser también selladas en las bolsas de plástico que el hipermercado ofrece para ello. También debo impedir, claro, que nadie salga con algún artículo sin pagar. Por último, mi cometido consiste igualmente en avisar al puesto permanente de vigilancia, el PPS, cuando accede al centro algún cliente “sospechoso”. Para ello, V1 me pasa sin darme explicación alguna una tarjetita con códigos numéricos que identifican a distintos colectivos: gitanos, moros, gente del este, chinos, suramericanos, españoles con pinta chunga…
Al principio, el pudor frena mi misión delatora. Me resisto a dar por sospechosas a personas que lo son sólo por su color o raza, pero V1 despierta mis instintos voceándome desde el walkie talkie: “¡Podio, llevas toda la mañana sin pasar un puto código!”
Esa es otra de las características de mi nueva identidad, que cambia en función del puesto que ocupo. Ya no soy yo, sino Podio, Tienda, Mercancías o, simplemente, A4. Como el coche, pero sin las mismas prestaciones. De hecho, en el mes y medio que trabajaré aquí sólo le oiré a mi jefe de equipo, V1, llamarme una vez por mi nombre, y será cuando me telefonee para preguntarme “si quiero”  trabajar en uno de mis escasos días libres, un sábado, además,  “para echar unas horas, que andas algo corto para llegar al cupo”. Le digo que sí, muy agradecido.
Durante las interminables trece  horas que paso en la entrada de la tienda no me puedo sentar ni una vez. Dispongo de un pequeño mostrador como único punto de apoyo, pero pronto el jefe de Patrimonio, J1, me dice que no me quede ahí, sino que me sitúe frente a los arcos de acceso, para tener mejor perspectiva. Cuento, eso sí, con una pausa de quince minutos que llaman ‘clave’ y que apenas da para llegar al cuarto de descanso para empleados y comer un bocado. La clave no tiene un horario fijo. Primero se la toman los vigilantes, y luego le dan permiso a  los auxiliares, a menudo con la recomendación de que sea “rapidita”.
Sin vida ‘civil’
Otra característica del trabajo es que te pueden cambiar el cuadrante sin previo aviso, con lo cual resulta casi imposible organizar la vida “civil”. Durante esas siete u ocho semanas que trabajaré en el hipermercado apenas tendré un fin de fin de semana libre, siempre amenazado por una nueva reorganización de turnos. Es lo que me ocurre con la jornada del 31 de diciembre, de la que en principio disponía. Feliz por esa pequeña circunstancia de alivio preveía pasar la última noche del año en mi pueblo, en Guadalajara, como cada año. Sin embargo, a mediados de mes se nos insta a los auxiliares a que comprobemos el cuadrante, porque “hay cambios”.
En efecto, de librar ese día paso a trabajar de diez de la mañana a ocho de la tarde. Nadie me ha consultado ni ofrecido explicaciones. Pese a todo, trato de cambiar mi turno con un compañero que esa tarde descansa, por si al menos pudiera salir a las tres y viajar a esa hora. Desafortunadamente,  cuando  trato de acercarme a él, en el podio, V1, siempre atento desde las pantallas o en la línea exterior de cajas de la tienda, interrumpe nuestro intento de comunicación con cajas destempladas: “¡Ya os he dicho unas cuantas veces que no os quiero ver ahí juntos!”.
En efecto, hablar con los compañeros parece ser otra de las cosas que no pueden hacerse en horas de trabajo. Los vigilantes sí se juntan cuando coinciden en la línea de cajas y se echan sus parrafillos y sus risas. También se apoyan en el mostrador de la caja central y bromean con las cajeras, pero se trata de un privilegio que, al parecer, está vedado a los auxiliares. De esta forma no he podido ni tan siquiera llegar a escuchar por qué mi compañero no puede cambiarme el turno.
Así se lo transmito al casi siempre áspero y enojado V1 por el pinganillo. “¡Pues lo habláis en la clave o por la emisora!”, me contesta. Es decir, que si quiero cambiar un turno o preguntarle algo al compañero debo hacerlo en los quince minutos del café, en los que nunca coincidimos, o por el talkie, en conversación abierta para el resto del equipo de seguridad. Minutos más tarde, el auxiliar de podio me pide a través de la emisora que acuda a su posición para comentarme una cosa, imagino esperanzado que algo relativo a mi propuesta. De inmediato, la voz de V1 surge como una fusta: “¡Podio, para qué cojones tiene que ir allí Tienda!”.
Porque ahora soy Tienda. En efecto, tras unos primeros días en los que cientos de clientes me vieron plantado en la entrada del hipermercado, he pasado a moverme de incógnito por el interior del comercio. Mi misión es detectar a posibles sospechosos, avisar de su actitud y, llegado el caso, y si así me lo mandan, seguirlos. Vestido de calle, deambulo durante once horas diarias por una tienda que se recorre, de punta a punta, y a paso de hacer la compra, en menos de tres minutos.
Dos gilipollas
¿Se imaginan cuántas veces se puede pasar a lo largo de once horas, 660 minutos, entre los pasillos de juguetes, de perfumería, de alcohol o de embutidos? ¿En cuántas ocasiones te puedes cruzar con los mismos dependientes, las mismas reponedoras o la señora de la limpieza? Ésta, precisamente, en la enésima vez en que nos cruzamos una tarde, en una situación evidentemente esperpéntica para ambos, me dice riendo desde lo alto de su coche de limpieza: “¡Parecemos dos gilipollas!” Su certera reflexión llega en un momento inoportuno, pues tras ella camina la segunda de a bordo del departamento de Patrimonio, una señorita Rotenmeyer que se suele enfadar mucho por cualquier motivo: “¡Pero es que no ves que va de incógnito y no le puedes hablar! ¡Hay que ver qué poquitas luces tenemos!”, brama. La señora de la limpieza no replica y se aleja por el pasillo central en su vehículo. Yo tampoco digo nada, y continúo mi no compra en dirección a los yogures, avergonzado por mí y, sobre todo, por la pobre señora de la limpieza.
Los de Patrimonio se toman muy en serio eso de tener a alguien de incógnito moviéndose como un alma en pena por la tienda. Al segundo día de mi nueva misión, un vigilante me avisa de que no puedo andar por ahí con las manos en los bolsillos, sino que debo coger una cesta, llenarla con algún artículo, y arrastrarla conmigo durante mi jornada. También me indica que he sido visto hablando con la señora que vende bombones a granel, cosa que al parecer tampoco debo hacer.  En adelante, cada vez que algún empleado de la tienda me saluda imagino la mirada gélida de V1, J1  o Rotenmeyer pendiente de mi reacción. Así que procuro contestar discretamente y seguir mi camino hacia la sección de comida de animales.
Pese a esos desvelos por parte de mis superiores por proteger mi identidad secreta, percibo que suelo ser detectado en seguida por aquellos clientes más proclives a enredar, como los grupos de adolescentes, casi niños, que pasan las tardes de los sábados probando los vídeo juegos o los artículos de deporte, y que al cruzarse conmigo imitan el gesto de hablar al pinganillo para burlarse de mí. “Caja central, avisa a caja central”, me imitan entre risas. En efecto, imagino que un tipo dando vueltas durante horas por la tienda con un delator cable que le sale del jersey en dirección al inconfundible pinganillo que lleva en la oreja no es precisamente el mejor ejemplo de agente secreto.
Un whiskycharly
A veces, cuando el dolor de espalda y de piernas, después de tres o cuatro horas sin parar, sobrepasa el umbral de lo razonable, pido permiso para ir al baño –ellos lo llaman ir al whiskycharly- sólo para poder sentarme dos minutos. Debo administrar bien esos momentos, porque más de un whiskycharly en el turno ya despierta el instinto de regañar que define al jefe. Porque J1 se impacienta en seguida y también riñe mucho, tanto a los otros vigilantes como a los auxiliares, por distintos motivos, y siempre enfadado: si soplas para comprobar que tu walkie funciona; si te ve en un pasillo donde de pronto te hace saber que no debías estar –“Tienda, ahí no haces nada, vete pa juguetes!”; si no has entendido a la primera lo que te dice por la emisora…
En la cesta con la que en mis recorridos por la tienda disimulo mi condición de infiltrado suelo echar productos voluminosos, pero de poco peso, como un paquete de pan de molde, un peluche, unas zapatillas deportivas o una bolsa de gusanitos. Eso convierte mi lista de la compra en causa de guasa entre las dependientas. A veces, por pura vergüenza, cambio mis itinerarios para no volver a cruzarme con alguien.
El ‘tontico’
Con el veto a hablar con los otros auxiliares o con el personal de la tienda, mi única comunicación es la que establezco a través del pinganillo con los vigilantes, con algunos momentos sonrojantes. Una tarde, escucho a J1 referirse a uno de los auxiliares, ausente en ese momento, como “el tontico”, y avisa de que le “tiene hasta los cojones y que igual celebra los Reyes en el Inem”. Unas semanas después volverá a hablar de ese mismo compañero en términos similares, esta vez en conversación pública con Rotenmeyer, que se niega a contabilizar la media hora de más que le ha llevado terminar su trabajo “porque es muy lento”. “¿Pero qué más te da, con lo que os pagan por tener a discapacitados trabajando? –contesta jocoso J1-  Lo que teníais que hacer es darle una pistola (las pistolas para la lectura de los códigos de producto) con dos botones grandes que pongan “sí” y “no” y así acabaría antes”.
De esta manera van transcurriendo las semanas prenavideñas, en las que llego a encadenar de nuevo cuatro días seguidos caminando por la tienda de diez de la mañana a diez de la noche. Cuando, de vez en cuando, trabajo sólo de diez a tres y media, al día siguiente tengo la sensación de volver de un largo descanso. Además, advierto que ya  he asimilado incluso el lenguaje con el que se comunican entre sí los miembros del equipo. Ya no digo “sí” o “no” para contestar, sino “afirmativo sí” o “negativo no”, que suena más molón. Ni “dime” cuando  me llaman, sino “adelante”, como en las películas que imitaba en mis juegos infantiles.
Como diciembre está acabando, pregunto por el cuadrante del mes siguiente, con la esperanza de contar con algún fin de semana libre para estar con mi familia, algún sábado para ver a los amigos, la tarde de Reyes para presenciar la cabalgata del barrio con mi hija… No está hecho, me dicen. Ni el 29,  ni el 30, ni el 31… Ese último turno del año, en el que trabajo hasta las ocho de la tarde, sólo sé que al día siguiente no tendré que recorrer mis habituales kilómetros por los pasillos de juguetes, porque el centro cierra. “El día 2 te llamarán para decirte cuándo te reincorporas”, se limitan a comunicarme.
Mi regalo de Reyes
El 2 de enero compruebo en mi cuenta que ya he cobrado: 768 euros por 184 horas trabajadas. Ni siquiera acumulando horas extras equivalentes a tres días me he aproximado a la mítica cifra –entre mis compañeros- de ochocientos. Es lo que hay, pienso, agradecido por tener al menos una nómina que llevarme a la boca. Por la tarde, a las 18.00 horas, impaciente por la falta de noticias, telefoneo para saber a qué hora debo incorporarme al día siguiente. “Ahora te llamamos, que V1 está en la clave”, me dicen. Media hora después se enciende en mi móvil el número del inspector de la empresa de seguridad. “Tengo malas noticias”, me comunica.
Al día siguiente acudo hasta las oficinas centrales a firmar el documento del fin de mi relación laboral con la compañía, por “la no superación del periodo de prueba”. La campaña de Navidad ha terminado, y con ella mi función. Me dicen que ya me llamarán “como en una semana” para que vaya a por el finiquito. Dos meses después, todavía sigo esperando.
Es España en 2013, un lugar en el que miles de hombres y mujeres se dejan cada día la moral y la salud trabajando por una miseria, maltratados por el patán de turno que abusa de su precariedad laboral, de su necesidad y de su miedo en esta mierda de país que nos va quedando. Mi cariño y mi solidaridad hacia ellos.

sábado, 27 de abril de 2013

!Se acabó comer! Maria Dolores de Cospedal


 !Se acabó comer! Maria Dolores de Cospedal

(http://stupidcity.net/parasitos/abril-2013-se-acabo-comer-maria-dolores-de-cospedal/)


Maria Dolores de Cospedal, 17 de Abril de 2013 “Nuestros votantes dejan de comer antes de no pagar la hipoteca”. El PP es así, te da a elegir entre la deuda o la vida. Es como un alien que te come por dentro y vive de tu cuerpo, de tus energías vitales. Si eres votante del PP es que ya estás muerto, si aún sobrevives ten cuidado no tengas larvas de Cospedal merodeando por tus entrañas.

martes, 23 de abril de 2013

Las líneas rojas de la decencia: Reflexión sobre la situación de injusticia social en España.

Las líneas rojas de la decencia: Reflexión sobre la situación de injusticia social en España.

por Julián Jiménez - 23/04/2013



Durante los últimos días, hemos asistido a un baño de realidad mostrado por las declaraciones de los dirigentes del Gobierno. Como si de un viaje en la máquina del tiempo se tratase, hemos podido constatar cómo se ha insultado y chapoteado en la sangre de los que se han suicidado debido a situaciones de exclusión social, desahucios y hambre (porque existe hambre en España, no lo olvidemos). Cómo resultaba ofensivo que en una comunidad autónoma un Gobierno haya decidido garantizar por decreto a los escolares tres comidas al día, irritando a la derecha y extrema derecha más recalcitrante. 

¿Les causa sorpresa e indignación las palabras de Cospedal diciendo que los votantes del PP dejarían de comer antes que dejar de pagar la hipoteca? A mí no. Realmente ha estado magnífica. Creo, a riesgo de equivocarme, que es una de las pocas veces que ha sido sincera: ha señalado que los que votan a su partido son, sencillamente, masocas y gilipollas. Lo cual es cierto. Y ha señalado abiertamente que comer, para ella, no es un derecho fundamental que merezcan todas las personas. Lo cual refleja el verdadero pensamiento de la derecha española.  Bravo, Lola. 

Algunos, en su afán de dialogo, flower-powerismo, pacifismo enfermizo; es decir, en ser y saber que son “PROGRES”, han pensado que la derecha española era civilizada, que detrás de esas ideas hay gente que, en mayor o menor medida ha evolucionado. Solo así se entiende que puedan haberse indignado ante las palabras de Cospedal. 

El periodista lameculero (o lameculos directamente) S. de Buruaga, al servicio de sus amos se ha indignado porque el Gobierno andaluz decida luchar contra el hambre. ¿Habrase visto que descaro? Pero como es que los pobres merecen tres comidas diarias…. Si son pobres, pues que se mueran, que vayan a mendigar o que mendiguen un puesto de trabajo en condiciones de semiesclavitud como los que ya empiezan a abundar en el Estado Español! (pensará el faccioso periodista y muchos de sus iguales ideológicos)


(El tuit del despreciable Buruaga.)

Para acabar de rematar la faena, el Ministro Cañete anima a ducharse con agua fría para ahorrar energía. Podría, de paso, haber animado a no ducharse para ahorrar agua también, que para gastar agua ya están los campos de Golf que la Aguirre trataba ventajosamente desde el punto de vista fiscal. Lo más triste no es que Cañete señale eso (a mí, al menos, no me sorprende). Lo más triste es que habrá una serie de amebas mentales de clase obrera que respaldarán sus palabras que, si pudieran, certificarían orgullosos que hacen lo que el “Menestro de Turno” señala. 


Simplemente están reproduciendo su verdadero pensamiento. El que, en definitiva, SIEMPRE HAN TENIDO. El pensamiento de una burguesía, oligarquía y adláteres que siempre ha pensado y creído en la desigualdad. En la existencia de pobres, de lumpen, de gente tan desdichada que ellos puedan sentirse fuertes. En la desigualdad desde el nacimiento. En aquella frase de Fraga, asesino del franquismo reconvertido en demócrata “de toda la vida” y fundador del Partido Popular: “Los ricos deben ir con zapatos de vestir y los pobres con alpargatas”.

Por eso los escraches son nazismo: los niños ricos no merecen, aunque sea porque su padre les haya dejado solos en casa, que venga nadie a molestarles: ¡¡Qué injusticia y que violencia!! Sin embargo, los niños de la clase obrera, los pobres, los desheredados, no pasa nada si la policía les echa de sus casas, si los matan o mueren de hambre en la calle. Y cuidadito con tratar de evitarlo, que eso, es una ofensa para la burguesía como el despreciable Saenz de Buruaga. 
(Escrache policial en una vivienda)

Lo más triste de este cuento es la existencia de progres, de alienados. De aquellos tontos con cara de póquer que se soliviantan antes las declaraciones sinceras de sus rivales. De aquellos que, en lugar de dejarse de tonterías y hablar claro, aun tratan de contener y pacificar la ira popular. De aquellos que aun sueñan con una España de consenso, de acuerdos, de concertación con la misma derecha que, ahora, que se siente fuerte, se atreve a decir a viva voz aquello que siempre ha pensado. 

Las líneas rojas se han traspasado. La violencia que el Estado y el Gobierno, las declaraciones de sus dirigentes, sus mofas e insultos, el chapoteo en la sangre de los muertos por suicidios  de la innombrable Cospedal y sus lameculos, el insulto a quienes pasan hambre en España, merecen algo más que escraches. Merecen algo más que una cacerolada. Merece que todos, en la clase trabajadora, en la izquierda real y en la calle, empecemos a dejarnos de gilipolleces y de lo “políticamente correcto” y pasemos a armarnos ideológicamente, tirando a la basura los complejos e hipotecas que nos han impuesto. 

Merece que empecemos a plantearnos seriamente la necesidad de defenderse colectivamente de la violencia verbal, física y social de nuestros E-NE-MI-GOS. Merece que cada uno de nosotros entendamos y asimilemos que, tarde o temprano, la situación tendrá que estallar y que, tendremos que posicionarnos. Con los verdugos o con las víctimas. Condenando la violencia que el pueblo ejerza o justificando la defensa popular. Los escraches son lo mínimo que se merecen los dirigentes, criminalizado por los mass media (incluso la progre Sexta). Llegará el momento en que la violencia que diariamente aplican Cospedal, Buruaga, la COPE, los mass media de derecha y extrema derecha, los falangistas, los fascistas, el PP y la CEOE se volverá contra ellos. 

Será entonces cuando la gente, harta de aguantar insultos, humillaciones, hambre y miseria, devolverá todas las hostias recibidas. Y entonces, en ese momento, cada uno demostrará lo que es y lo que no es. El pacifista enfermizo, que desconoce la Historia, repetirá como un papagayo que ese “no es el camino”. Será porque el camino que llevamos desde hace tres años nos ha llevado a algo: Basta con ver la sonrisa de De Cospedal al hablar de hipoteca y dejar de comer. 

Será entonces cuando el progre se vea rebasado, repitiendo como un papagayo también que la solución es el voto, como si votando se hubiera conseguido algo que no sea retroceder al siglo XIX, porque los que mandan realmente (Banca capitalista, FMI, BCE, etc) no son ni serán votados. 

En ese momento, quienes de verdad defienden la justicia social, quienes defienden a los necesitados, quienes entienden a los trabajadores, quienes se indignan ante un mar de injusticia universal, comprenderán la ira de los agraviados, no se dejarán engañar por mass media, progres y pacifistas enfermizos, se pondrán claramente del lado del niño que derramaba lágrimas cuando la policía entraba en su vivienda, del joven angustiado por tener un futuro de mierda, de los ojos de angustia de la mujer que tiene que mantener una familia con 500 euros. Se pondrán claramente del lado de la justicia popular. 

Cuando ese momento llegue, que llegará, a algunos no nos temblará el pulso de señalar nuestra postura. 

La pregunta es ¿Sabrás tú que postura deberás adoptar o por el contrario, dejarás que los complejos reales o fabricados te dominen?

miércoles, 17 de abril de 2013

El Votante Del PP / PPropaganda Nazi, Por Javier Gallego

El Votante Del PP

Por Javier Gallego
17 ABRIL, 2013



Dice Cospedal que el votante del PP jamás deja de pagar la hipoteca.  Es curioso que Cospedal conozca las cuentas del votante del PP mejor que las cuentas del PP. Dice la secretaria del partido que los votantes del PP incluso dejan de comer para pagar al banco, según ha publicado La Vanguardia. Ella lo ha desmentido pero quienes estaban en esa charla sostienen que, al menos, dijo que los votantes del PP se aprietan el cinturón para pagar, no como otros que dan excusas vagas para no hacerlo. Otros simulan en diferido, ella no. Otros no pagan porque no les da la gana hacerlo, ha dicho el alcalde popular de Sevilla, Juan Ignacio Zoido. Otros quieren la dación en pago porque quieren cambiar de casa, según el portavoz de Economía del PP en el Congreso, Martínez Pujalte. Otros vivieron por encima de sus posibilidades y deben asumir las consecuencias, insiste Pujalte. Otros son ETA, nosotros somos ascetas.
Cospedal es omnisciente como dios y sabe cómo es el votante del PP y digo “el votante” porque todos son iguales y creen en lo mismo, según dicen los evangelistas. El votante del PP es justo y necesario a diferencia de los otros que son infieles pecadores. El votante del PP paga religiosamente su hipoteca. Ama a su banco por encima de su propia vida. Deja de comer para dar de comer al banco. Cree  que el banquero siempre lleva la razón. El votante del PP sabe que la ley hipotecaria es ley divina. Y el votante del PP piensa que la plataforma de afectados es un grupo filoetarra, los escraches son nazismo puro, los desahuciados son irresponsables y los que no pagan unos vagos que dan excusas simuladas en diferido para no hacerlo y quieren la dación en pago para comprarse un chalet mejor. Cree el PP que hay un solo votante del PP como algunos creen que hay un solo dios porque para ellos el Partido Popular es una religión y ellos el pueblo elegido. Son superhombres que no necesitan ni comer.  Por eso no nos dejan comer a los demás. Por eso depuran al ateo. Sin embargo, la fe les impide depurar sus pecados porque se creen infalibles.
Como toda religión tiene mandamientos. Según el Evangelio de Santa María Dolores de Cospedal, estos son los 5 mandamientos del votante del Partido Popular: Amarás a tu banco sobre todas las cosas y a tu hipoteca más que a ti mismo. No comerás para pagar tus deudas. Morirás si es necesario para cumplir con tu hipoteca. No usarás el nombre de tu banquero en vano. Y la ley hipotecaria es justa y necesaria.
El que no cumpla estos mandamientos, no sale en la foto. Pues dicen las encuestas, que algo saben de los votantes, que cada vez más fieles están perdiendo la fe. No me extraña. Es difícil dejar de comer por mucho que uno sea del PP. A mí me daría pavor formar parte de esta secta. 

Por Javier Gallego
16 ABRIL, 2013


Estaba tardando mucho el PP en caer en la Ley de Godwincuando uno se queda sin argumentos en una discusión, recurre al viejo y patético truco de llamar “nazi” al adversario. Pero al final no han podido aguantar más y Cospedal ha llamado a los escraches “nazismo puro”. Pues ya que ella saca el tema, no le importará que le recuerde que esa burda maniobra de exageración es “nazismo puro”. Esa era una de las típicas tácticas propagandísticas que utilizaban Goebbels, Hitler y compañía. Y no es la única que el Partido Popular le copia al partido nazi. No quería yo hacer un Godwin pero, oigan, la señora Cospedal me ha forzado a ello.
Si leen ustedes el clásico de 1950 de Jean Mari Domenach, “La propaganda política”, encontrarán unas reglas que sintetizan los métodos de manipulación nazis. Hace unos años, el publicitario catalán Marçal Moliné amplió la lista en un artículo hasta establecer once tácticas que ahora circulan por la red como los “principios de la propaganda”, erróneamente atribuidos a Goebbels. El ministro nazi no los escribió pero los aplicó con rigor, como ahora los aplica el partido del Gobierno.
Principio de simplificación y del enemigo único. Es el clásico pepero “todos los que están contra nosotros son ETA” y el reciente, el enemigo tiene una sola cara, Ada Colau, esa terrorista radical.
Principio de contagio. El gobierno y los medios de la derecha están contagiando la idea de que hay muchos escraches y de que todos los afectados por la hipoteca están metidos en ese saco de violencia.  Son cuatro casos y, sin embargo, parecen atacados por una plaga mucho más grave y dañina que los desahucios que han dejado sin casa a miles de familias.
Principio de transposición. Un clásico de la política española: el “y tú más”. Decía Goebbels: “si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”. El PP no hace nada para evitar los desahucios, por eso inventan un problema mayor: los escraches. Y con ayuda de los medios están consiguiendo que hablemos menos de Bárcenas y que se hable más de la intimidación a los políticos que de los violentos desalojos, de los escraches que de la ILP, de la casa de la vicepresidenta que de las casas desahuciadas y vacías, de lo mal que lo pasan los niños de los políticos que los niños que han sido echados a la calle con sus padres. Y va Felipe González y les echa un cable.
Principio de exageración. Pues eso, la señora Cospedal diciendo que los escraches son “nazismo puro”, Cifuentes diciendo que los miembros de la PAH son “filoetarras” o Arenas explicando que “no son escraches, son acoso”. Se comparan pequeñas manifestaciones con grandes criminales. Se ordena a la policía que multe y aleje a los violentos a 300 metros como si fueran un gran amenaza. Cualquier día dirán que Ada Colau es Hitler. ¿O ya lo ha dicho algún tertuliano?
Principio de vulgarización. En Mein Kampf puede leerse: “Toda propaganda debe adaptarse al menos inteligente de los individuos a quienes vaya dirigida. La capacidad de comprensión de la multitud es limitada”. De aquí que muchos de ustedes piensen al escuchar al gobierno: “Nos toman por tontos”. En efecto, reducen un problema complejo a una idea muy vulgar: los escraches son violencia. Y punto. Todo lo demás, dación en pago, ley hipotecaria abusiva, usura bancaria, son temas demasiado complejos para explicárselos al vulgo.
Principio de orquestación. Todos los miembros del PP repiten estas ideas una y otra vez sin fisura alguna. Nadie en la orquesta desafina y repiten la melodía hasta la náusea en todos los foros en los que intervienen, aunque el tema del día sea otro. Se atribuye a Goebbels la frase: "Si una mentira se repite lo suficiente, acaba por convertirse en verdad".
Principio de renovación. Aunque la idea se repite, el PP renueva su formulación: que si ETA, que si filoetarras, que si criminales, que si los violentos, que si antisistema, que si antidemócratas, que si intimidación, que si acoso, que si nazis.
Principio de verosimilitud. El discurso tiene que parecer creíble y apoyarse en argumentos distintos para darle veracidad. La carita de pena de la vice hablando de la violación de su intimidad familiar, las imágenes de la policía custodiando escraches, múltiples informaciones hablando de violencia que no ha existido... Cospedal alarma, incluso, sobre graves sucesos que podrían suceder. Lanza un globo sonda, como dice Moliné, con la intención de crear una sensacion de peligro que no se corresponde con la realidad.
Principio de silencio. En esto son maestros, en callar acerca de lo que les desacredita, como Bárcenas. Cospedal intenta eliminar la palabra “desahucio”. Tampoco se habla de las resoluciones jurídicas contra la ley hipotecaria ni se discute la dación en pago ni por un segundo. Y ahora cuando la consejería de Vivienda de IU en Andalucía decreta la expropiación de pisos a los bancos para evitar desalojos de familias, se le resta importancia, se dice que no es una medida efectiva y se la tacha de “populista”.
Principio de transfusión. "Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato existente, un complejo de odios y de prejuicios tradicionales", escribió Domenach. Se empieza por decir que los desahuciados vivieron por encima de sus posibilidades, después se identifica a los que protestan contra los desahucios con antisistemas y se acaba con Sigfrid Soria diciendo que les va a arrancar la cabeza a hostias a los perroflautas.
Principio de unanimidad. Solo unos pocos miembros del partido han vivido un escrache pero quieren hacer creer que hay un ataque unánime a la democracia porque ellos son los representantes de la unanimidad. No son los acosados sino los acosadores, pero quieren hacer creer que es unánime la opinión de que están sufriendo acoso. Ellos son los demócratas, los únicos verdaderos representantes del sentimiento democrático universal. Los demás somos "nazismo puro". 
Pues mire, señora Cospedal, de demócrata su partido tiene muy poco aunque no caeré en ese bochornoso error suyo de llamarles a ustedes nazis. Ustedes no son nazis, que es una cosa muy seria, pero su propaganda es “Nazismo PPuro”. 






viernes, 5 de abril de 2013

Una democracia para subnormales

Una democracia para subnormales

Por Gustavo Vidal Manzanares, Jurista y escritor

03 Abril 2013
(http://www.nuevatribuna.es/opinion/gustavo-vidal-manzanares/una-democracia-para-subnormales/20130403123906090503.html)


Al PP le encanta alardear de “raíces cristianas”. No de las que prohíben mentir y robar, obviamente, sino de las de mantilla, peineta y ventosidades disimuladas en la iglesia.
No obstante, el aspecto milagrero del cristianismo ha calado en aquel partido. Veamos dos prodigios: una ministra de sanidad que no ve un Jaguar en la mismísima puerta de su casa y un presidente autonómico, Feijóo, que desconocía las conexiones de su amiguete Marcial Dorado con el contrabando y el narcotráfico.
Cuestiones sin duda milagrosas, pues años antes, la prensa había señalado a Dorado como un conspicuo contrabandista y narco. Asunto que, por lo demás, era vox populi en toda la comarca cuando fueron tomadas las fotos de la entrañable amistad. Yate incluido, por supuesto.
De cualquier modo, el esperpento nacional es mucho más trágico que todo lo anterior. No radica en grotescos y turbios episodios protagonizados por políticos mediocres, sino el trato diario que reciben los ciudadanos por parte del poder.
Sí, desgraciadamente, los ciudadanos somos tomados a diario por subnormales. En primer lugar por intentar hacernos creer que vivimos en una democracia. Veamos…
Cómo nos toman por retrasados mentales
España no constituye, a día de hoy, un país democrático, es decir, un territorio donde el pueblo decida libremente su futuro. Sin embargo, a diario, desde el poder político, se intenta mantener la apariencia de democracia tratando a los ciudadanos como pre adolescentes con argumentos que solo deberían dirigirse a niños o a disminuidos psíquicos.
Así, se pregona la democracia por celebrar elecciones cuatrienales. Pero todo es un colosal engaño. Las promesas electorales del PP fueron una suerte de timo de la estampita para que el votante “picase”. Una vez en el poder, este Gobierno ha conculcado todas sus promesas y gobierna de espaldas y en contra de la mayoría de los ciudadanos, incluso de sus propios votantes.
Y lo más triste es que las instituciones políticas son una suerte de disfraz de lo que deberían ser. El poder no radica en ellas, sino que campa soberbio, opaco, descontrolado. En manos privadas que jamás responden por sus desmanes y delitos.
Hablo del poder real, el económico, enclavado en las grandes empresas, fortunas y grupos financieros… los “mercados”.
La política, como prostituta postrada ante hediondos clientes
El poder político, que debería servir a la ciudadanía, se encuentra hoy arrodillado ante el poder real. Como una prostituta que espera arrancar semen a cambio de dinero a un despreciable ser con la cartera y la barriga llenas.
Fuerzas hieráticas y omnipotentes someten la voluntad de parlamentos, senados y organizaciones ciudadanas. Chantajean, extorsionan, quebrantan voluntades y matan el futuro de millones de personas de bien. No están sometidas a elección democrática alguna. Sin embargo, deciden el porvenir de los ciudadanos.
Las decisiones que se adoptan “en el marco del Estado de Derecho” solo buscan enriquecer más a los ricos, ceder más poder a los más poderosos y pulverizar cualquier conato de rebeldía o resistencia ciudadana.
En este sentido, y como coartada, se permiten manifestaciones y concentraciones con itinerario, día y hora. Domesticadas. Embridadas para el aseguramiento de que ningún avance social podrá lograrse con su ejercicio.
Mientras, contra los ciudadanos que quieren romper esa férula, se faculta a la policía para amedrentarlos, golpearlos, dispararlos pelotas de goma a la cara, imponerlos multas arbitrarias y prevaricadoras… y para vergüenza del género humano hay homínidos que se prestan a esa sucia labor.
Hay que protestar dentro de unos cauces”, nos dicen. También suele argüirse aquello de “los derechos de uno terminan donde empiezan los del otro”. Pero todo eso no compone más que un engañabobos, pues solo se busca domesticar el descontento, que se reduzca al pobre papel de la pataleta controlada en el marco del “orden público”.
Nos están robando, estafando, agostando el jugo de la ilusión, especialmente en los jóvenes que desean iniciar una vida normal… y lo llaman democracia porque se celebran elecciones para elegir a unos “representantes” que servirán al poder económico en contra de quienes los votaron… nos toman por retrasados mentales.
Por lo demás, pido disculpas si el término “subnormal” ha molestado a alguien. Me solidarizo con quienes viven directamente ese problema… Pero el Gobierno nos trata como a disminuidos psíquicos y opino que, al menos, debemos proclamar que no lo somos, que muchos sabemos lo que ocurre, que nos estamos organizando y que jamás, jamás, jamás, vamos a rendirnos.


DESENCHÚFATE!!

<b>DESENCHÚFATE!!</b>
(Fotografía:El mejillón suicida)