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martes, 14 de octubre de 2014

A Cajamadrid robando y al ciudadano, reventándole


A Cajamadrid robando y al ciudadano, reventándole
Por Javier Gallego
(http://www.eldiario.es/zonacritica/Cajamadrid-robando-ciudadano-reventandole_6_313628636.html)

En este país hay dos varas de medir: una inflexible que azota al ciudadano y otra flexible que soporta toda la corrupción de la casta sin quebrarse. Mientras se pide cárcel para manifestantes del 15M, los Rato, Blesa y compañía están en libertad (con cargos en grandes empresas, en algunos casos)

El virus del ébola y el virus de las tarjetas negras han vuelto a poner al descubierto que hay dos varas de medir en este país. La vara inflexible con la que se golpea casi a diario al ciudadano común y la vara flexible capaz de soportar toda la corrupción de las élites sin quebrarse. A la enfermera contagiada el Gobierno le sacó la vara para azotarla por mentirosa, descuidada y culpable. Igualito que en Estados Unidos, donde las autoridades han llamado heroína a la infectada y han asumido la responsabilidad del contagio. En España, sin embargo, el ciudadano es lo contrario del cliente, nunca tiene la razón, siempre la culpa.

Otro ejemplo ayer mismo: la Fiscalía empuñó el flagelo para pedir un total de 74 años de cárcel para los 14 imputados por la manifestación que dio lugar al 15M de 2011. Para todos los casos menos uno, el fiscal solicita más de dos años, lo que obligaría a la entrada en prisión. O sea, Rato y Blesa, que nos han costado el mayor rescate bancario, el mayor recorte de servicios sociales y el mayor caos social de la democracia, disfrutan de una acomodada libertad (y en el caso de Rato, de una libertad con cargos en grandes empresas y bancos) mientras que los que salieron a protestar por tejemanejes como los suyos podrían acabar entre rejas. Nos están diciendo que en España es más grave quemar un cajero que robar el banco.

Evidentemente, si se probasen los actos violentos de los detenidos del 15M, deben recibir una sanción, pero parece desproporcionado pedir el ingreso en prisión por altercados que no provocaron ningún herido y dejar en libertad a dos individuos que son parte de la causa de la pobreza, del desahucio, del desempleo de miles de familias y de los recortes en sanidad, dependencia, educación, cooperación… que se ceban con los más desprotegidos. Los contenedores ardiendo llenan muchas portadas tendenciosas pero los destrozos que han provocado los Blesa, Rato y compañía son infinitamente más dañinos, profundos y costosos de restaurar. Blesa y Rato no han quemado cubos de basura, ellos son el fuego.

Y mientras el fiscal quiere entrullar a manifestantes del 15M, el más esperanzador movimiento de regeneración de nuestra democracia, descubrimos que los degenerados consejeros de Caja Madrid se seguían gastando cientos de miles de euros con sus tarjetas negras en gastos personales después incluso de haber cesado en sus cargos, después también de la quiebra de la caja y al mismo tiempo que la entidad desahuciaba a miles de familias. Pero por ahora sólo tres personas, Blesa, Rato y Barcoj, están imputados por el juez Andreu. El fiscal general del Estado, Torres-Dulce, anuncia con flema británica que está esperando a ver qué le dice la Fiscalía Anticorrupción al respecto. Mientras él espera, la ciudadanía desespera.

La prisa que se dan para fulminar jueces incómodos se transforma en insufrible lentitud cuando se trata de castigar a los amigos corruptos. La Justicia no debe ser un ente impermeable al desasosiego de la calle. Nos repiten una y otra vez que tiene sus ritmos, pero hemos visto con frecuencia cómo la política los acelera o detiene. Ahora este país necesita una respuesta contundente, rápida y decidida que tranquilice a una ciudadanía que se siente estafada y hastiada. Pero aparece otra vez la doble vara. Tenemos una justicia que no responde a las demandas sociales de limpieza pero sí responde a las demandas políticas de depuración.

Los partidos políticos y sindicatos también están tardando en depurar sus impurezas. Todos prometen medidas radicales pero llevamos más de una semana esperándolas. Cuanto más tardan, más crece sobre ellos la sombra de la duda y hay una duda que ya no pueden despejar: cómo lo permitieron todos estos años. Lo de los empresarios madrileños es aún más grave. Admiten que siga en su puesto su presidente, Arturo Fernández, no sólo implicado en las tarjetas negras sino en otros muchos oscuros asuntos. Con una vara azotan a los trabajadores, con la otra le dan golpecitos a la grupa de su presidente para que siga trotando alegremente.

Y no nos olvidemos de que el jueves de esta semana el Gobierno llevará al Congreso su ley mordaza para fustigar a los que osen protestar en voz alta contra todos estos insoportables desmanes. El PP nos amenaza con la fusta que jamás aplicó a sus Blesas y Ratos. Fiscales, políticos, empresarios, Gobierno, están enviando un mensaje desolador a la ciudadanía: a Caja Madrid robando y al ciudadano, reventándole.

lunes, 13 de octubre de 2014

Un 'Zeta' Camino De La Muerte

Un 'zeta' camino de la muerte

  • Diego Pérez perdió la vida el 11 de marzo, una noche en que temía ser asesinado; la halló cuando requirió la ayuda de quienes debían haberlo salvado. «Oye, lo del zumbao este de Las Seiscientas, ¿al final qué mierda era?», pregunta el operador de la Sala 091. «Nada. Eso. Se le informó. Se resolvió con presencia», responde un agente del 'Zeta 54'

  • RICARDO FERNÁNDEZ | 
    12 octubre 201418:02

Tiene miedo. Mucho miedo. Está completamente aterrado. En una de sus manos temblorosas empuña una ajada Biblia, como si fuera lo único que pudiera protegerlo. Diego no está bien de la cabeza. Padece esquizofrenia y cuando no se toma la medicación, lo que ocurre a menudo, se descontrola. Los nervios se apoderan de su cuerpo escaso y se pone paranoico. Esta noche, con razón o sin ella, está convencido de que van a matarle. Toma el móvil y marca el 091, el teléfono de sus amigos los policías. Porque él es amigo de todo el mundo. Y especialmente de los policías, que lo saludan cuando se cruza con ellos por la calle.
-«Comisaría, buenas tardes», responde el policía de la Sala pese a que son las 21.28 horas de la noche.
«Buenas tardes. ¡Que me quieren pegar, que me quieren pegar dos tiros y estoy aquí en mi casa, encerrao!».
«¿Esto qué es? ¿Lo has robado? ¿Es que te estás riendo de mí?» Y le suelta una bofetada que restalla en el silencio de la noche como un latigazo en el pellejo de una res 
Un dicho popular dice que un perro no come carne de perro. Pero los de Asuntos Internos nunca se lo aplicaron. Lo primero que hacen es pedir autorización para instalar micrófonos en los 'zetas'
-«¿Le quieren pegar dos tiros, quién?»
-«Una gente, porque cogí dos biciletas sin darme cuenta y y y... ¡y se las quiero pagar y no me hacen caso!».
-«¿Dónde es esto?».
-«Yo, en Las Seiscientas. En la calle Estanislao Rolandi, 231, 2º D».
-«Vale, pues le digo a un coche que se dé una vuelta a ver si los ve».
Diego siente un leve alivio. Ya vienen los policías. Sus amigos. Ellos, lo sabe, lo sacarán del apuro.
A las 4.31 horas de esa misma madrugada, la del 11 de marzo, Diego vuelve a marcar el 091. Sus amigos los policías se han dado una vuelta horas antes, como le habían prometido, pero quienes pretenden matarlo se habían ocultado y ahora han vuelto a la carga. El agente de Sala vuelve a tomar nota del requerimiento y efectúa una llamada interna al 'Zeta 54', en el que viajan los agentes Gregorio Javier G.M. y José Carlos M.L.. Los mismos que han atendido el primer servicio.
-Operador: «Oye, lo del zumbao este de primera hora, el de Las Seiscientas, ¿al final qué mierda era?»
-Zeta 54: «Nada. Eso. Se le informó. Se resolvió con presencia».
-Operador: «Es que me ha vuelto a llamar, y dice que están allí con escopetas, que no sé qué... No sé yo la credibilidad que darle al zumbao este».
-Zeta 54: «Hombre, tiene pinta de estar un poco... Tenía un libro de Biblia. Iba leyendo por si lo mataban, para que Dios lo acogiera en su seno, jajaja. Iba un poco... no sé. Él tenía miedo».
-Operador: «Le lleváis un chaleco, si eso».
-Zeta 54: «Sí, aquí llevamos un chaleco. Se lo podemos dar. Antes casi lo invitamos a café, lo que pasa es que no ha querido».
(Se escucha sonar un teléfono).
-Operador: «Espérate, que está llamando otra vez».
Seis de la madrugada
La puerta de la casa está abierta y ni rastro de Diego
Son las seis de la mañana cuando Sara sale de su casa. Observa que la puerta de su vecino de rellano está abierta de par en par y la luz encendida. Extrañada, vuelve sobre sus pasos y avisa a su marido, que se asoma por la puerta y llama a Diego por su nombre, sin resultado. Toma el teléfono y marca el número de Manuel: «Oye -le informa-, que la casa de tu hermano está abierta y no sabemos por dónde anda».
El interpelado comprende en ese mismo instante que algo ha ocurrido. Diego nunca ha hecho algo así. Para su desgracia, está en lo cierto. El pequeño de sus hermanos ha desaparecido sin dejar rastro. Horas más tarde pone una denuncia y la Policía empieza a rastrear el municipio. Aparecerá dos semanas más tarde. Flotando en el mar. Con el cuerpo apaleado y el cuello roto. Muerto.
Una desaparición «inquietante»
La investigación se centra en el vecino de las bicis
La tarde antes a su desaparición «inquietante», como con buen tino la calificó la Policía, Diego tuvo un enganche con uno de sus vecinos. Los investigadores comprueban que un tal Alberto le había pedido explicaciones por el robo de dos bicicletas y que había acabado advirtiéndole de que «al final te voy a meter un tortazo». Pero después de infinitas gestiones y de decenas de interrogatorios, los policías judiciales llegan a la conclusión de que no existe enemistad suficiente contra Diego, ni por parte de Alberto ni de nadie, que pueda explicar su muerte.
Entre quienes tienen que prestar declaración están los dos integrantes del 'Zeta 54' que acudieron a la segunda llamada de auxilio. Afirman que acudieron ellos solos al lugar, que no vieron nada extraño y que Diego se quedó en su casa. «Resuelto con presencia», es la expresión que consta en el parte oficial.
Tras varias semanas de bandazos, la investigación está en punto muerto. Los investigadores se miran a sí mismos y se preguntan en qué están fallando. Qué se les ha pasado por alto. En qué cruce de caminos tomaron un rumbo equivocado.
Un día, un amigo de un amigo le cuenta a un policía que le han soplado que mejor harían los maderos mirando en su propia casa. Bajo las mismas alfombras donde asientan sus toscos zapatos negros. Que hay alguien que lo vio todo y que va contando que al desgraciado se lo llevaron esa noche en un patrulla. Y que ya no regresó. Que, como es bien sabido, desde entonces reside en un trozo de paraíso que le prestó San Pedro.
El poli no guarda el aviso en zurrón agujereado. Con las más efectivas técnicas de investigación jamás inventadas, que no en otra cosa consisten que en dejarse las suelas en el asfalto, acaba dando con el fulano, o con la fulana. Que no se sabe lo que es, pues en ese momento pasa a adquirir la condición de testigo protegido y con ella una denominación propia de un robot de La Guerra de las Galaxias -B-83, lo bautizan-, pero que sí sabe muy bien de lo que habla.
El relato deja 'ojiplático' al secreta. No tiene que alzar la nariz al viento para que su olfato de sabueso le anuncie que ahí hay mierda. A paletadas.
Un bofetón para ir abriendo boca
«A la comisaría no. Lo llevamos a la guarida»
El payo, o la paya, lo que sea, es una mina. Un portento con memoria de elefante. Relata que eran en torno a las 4.25 horas del 11 de marzo cuando vio tres 'zetas' plantados frente al edificio donde vivía Diego. Dos de color azul oscuro y uno blanco, de los antiguos. Citroën Picasso todos ellos. Cinco agentes fuera de los vehículos y uno dentro, al volante del patrulla blanco. Y ante ellos un pobre diablo de aspecto asustado, que responde «nada» cuando el policía más alto y más cachas, de pelo moreno, corto y con entradas, le pregunta qué lleva encima.
Cuenta haber visto cómo el agente cachea a su vecino, que acaba quitándose la cazadora marrón con que se abriga y dejándola caer al suelo. Y luego, al policía inquiriéndole de forma agresiva: «¿Y esto qué es? ¿Lo has robado? ¿Es que te estás riendo de mí?» y soltándole una bofetada que restalla en el silencio de la noche como un látigo sobre el pellejo de una res.
«Achoooo, ¿estás loco o qué?», se lamenta Diego, retrocediendo. Acojonado. Y los cinco policías que entran en sus coches como si la hostia hubiera puesto un punto y seguido. «Sube al coche», ordena uno de ellos desde el 'zeta' blanco. Y Diego, sin coraje para negarse, sube a uno de los azules, sin saber muy bien para qué, ni por qué, ni -lo que es peor- hacia dónde lo conducen.
«¿Lo llevamos a comisaría?», vuelve a intervenir el del coche blanco. «No, lo llevamos a la guarida», zanja el del bofetón, que lleva la voz cantante. José Luis, parece que se llama.
Los ojos que nunca duermen
Tres dotaciones de camino a Cala Cortina
No resulta difícil constatar que el testigo B-83 lo ha clavado. Los policías judiciales trazan una ruta imaginaria por la que los 'zetas' habrían llegado hasta Cala Cortina y localizan cuatro cámaras de seguridad: Dársena de Santiago, Paseo del Muelle (enfocando la Rotonda de la Grúa Sansón) y túnel que da acceso a Cala Cortina, que tiene dispositivos de grabación a la entrada y a la salida.
Ante la cámara de la Grúa Sansón desfilan entre las 0.48 horas y las 5.00 horas las tres dotaciones policiales a las que el testigo se refirió: uno de color azul, con el identificador 8B6 escrito en el techo y que se corresponde con el indicativo 'Zeta 54' (Gregorio Javier G.M. y José Carlos M.L.); uno blanco, con la clave 10W y que equivale al 'Zeta 57' (José Antonio C.G. y José Luis S.A.) y otro más, azul, con el identificador 67G y que responde por 'Zeta 56' (Raúl A.R. y Rubén Manuel F.S.).
Un minuto más tarde van desfilando por el túnel, hasta llegar a Cala Cortina. A La Guarida, que dijo aquél.
Esa madrugada, los patrullas salen y entran varias veces de la coqueta cala, sin que en apariencia sus viajes respondan a una lógica. Así están, yendo y viniendo del casco urbano a la playa y de la playa al casco urbano hasta las 6.20 horas, en que el 'Zeta 54' emprende el retorno definitivo.
Queda poco para amanecer y para que los seis policías acaben su servicio. Se rigen por el denominado 'turno africano': jornada con servicio de tarde (14 a 21 horas); jornada con doble servicio de mañana (7 a 14 horas) y de noche (21 a 7 horas); día saliente y dos días libres. Y vuelta a empezar. Así cada cinco días.

Entran los de Asuntos Internos
Demasiadas preguntas y ninguna respuesta
Las preguntas se apelotonan en los cerebros de los investigadores, rebotando en las paredes internas del cráneo como una enloquecida bola de pinball. Y no hay respuestas. ¿Por qué dijeron que solo había acudido el 'Zeta 54' a Las Seiscientas? ¿Por qué ocultaron que fueron tres las dotaciones participantes en el servicio? ¿Por qué se llevaron a Diego a Cala Cortina? ¿Por qué dijeron que todo se había resuelto sin necesidad de intervención, «con presencia», y que el solicitante de ayuda se había quedado en su casa? ¿Por qué ocultaron lo que sabían sobre la desaparición de Diego? ¿Por qué siguieron callando cuando se halló el cadáver? ¿Por qué ? ¿Y por qué...?
Habían llegado a la convicción de que los seis agentes de la escala básica -jóvenes, deportistas, impulsivos, cartageneros de nacimiento, con mujer e hijos en su mayoría, con expedientes limpios de cualquier reproche...- habían actuado como nunca debiera haberlo hecho un agente de la autoridad. Un defensor de la ley y el orden. Un servidor público. ¿Pero eran además unos homicidas? ¿Habían sido capaces de matar a golpes a ese desgraciado? ¿De retorcerle el cuello con sus manos, como asegura el forense que había ocurrido?
Había llegado el momento de dar un salto cualitativo. De poner el asunto en conocimiento de Asuntos Internos. Algo que equivale a invocar al dios de las tormentas.
Micrófonos ocultos
Hechuras de macarra bajo el uniforme
Los indicios contra los componentes de las tres dotaciones se multiplican con cada gestión. Los policías judiciales comprueban en las imágenes de las cámaras de seguridad que esa noche se cruzaron en Cala Cortina con dos patrullas de la Autoridad Portuaria. Los agentes de seguridad del puerto así lo confirman. Relatan la extrañeza que les causó observar el trasiego de 'zetas' por tan apartada zona y cómo interpelaron a uno de los agentes acerca de los motivos. «Estamos aburridos; jugando al escondite», fue la desabrida respuesta que recibieron.
Hay un dicho popular que afirma que un perro no come perro. Los de Asuntos Internos nunca se lo aplicaron. Su primera decisión es instalar micrófonos en los vehículos que utilizan las tres dotaciones sospechosas. La juez lo autoriza el 11 de junio y los tres 'zetas' empiezan a recorrer la ciudad con el 'bicho' dentro. También se da luz verde a la intervención de sus llamadas telefónicas y de sus mensajes SMS.
La cigarra tarda poco en empezar a cantar. Dos días más tarde, pasada la una y media de la tarde, José Luis S.A., que comparte servicio con su compañero José Antonio C.G. en el 'Zeta 57', se pone a hablarle del «hijoputa ese, el gordo del otro día, lo veo con la gorra mirando entre los coches... Se ve que no le han dado bien».
-José Antonio C.G.: «Está muy chulo».
-José Luis S.A: «Le vamos a dar una de éstas... que se va a cagar»
-José Antonio C.G.: «Le vamos a dar una en condiciones, ¿eh?».
-José Luis S.A: «El sábado que viene voy a coger una goma, que ya estoy hasta el capullo de no tener goma, da igual el primero que se deje una goma que me la quedo, y con las mismas hacerle el rodaje al gordo ese».
-José Antonio C.G.: «Y empezar a tirarle sartenazos donde pillemos»
-José Luis S.A: «A las rodillas»
-José Antonio C.G.: «Tío, ahí. Con el gordo ese vamos a disfrutar».
El 19 de junio, unos minutos después de la una de la madrugada, la misma patrulla identifica a un joven por estar consumiendo droga en la vía pública. El micrófono registra con claridad cómo José Luis S.A. vuelve a tomar la iniciativa.
-«Chacho, ¿tú que crees? ¿Que somos gilipollas? ¡Ponte ahí!».
E inmediatamente después, el chasquido de un bofetón y el grito que surge de la garganta del chaval.
- «Eso por decirme que no llevas na. ¿Llevas algo más? Conforme sigas sacando pues te vamos a... a ir dando ya. Al mismo compás».
Su compañero bromea instantes más tarde. «¡Le has dado un gomazo que pa qué!».
- «Le he dado un tortazo. ¡Si no llevaba goma!».
- «Ahhh, es verdad. Pues ha sonado a gomazo». Y a otro asunto, que la noche es larga.
A las tres menos cuarto de la mañana José Antonio le pide que se dirija hacia donde tiene su vivienda particular, pues hay un chorizo por la zona que no deja de reventar trasteros y garajes. «Lo mato a palos. Si lo pillo cerca del Mercedes muere», advierte. «Cojo las balas estas que me ha dado mi padre...».
- «Claro, coges el revólver, te iba a decir yo ahora, y aquí no ha pasado nada».
-«Y aquí no iba a pasar ni plas. Del nueve corto quiero yo balas, si tienes tú por ahí», insiste José Antonio.
- «Tengo pocas... la furgoneta. Vamos a probarlas ya. ¡Pa, pa, pa, pa!».
Sus compañeros del 'Zeta 54', José Carlos M.L. y Gregorio Javier G.M. no se quedan atrás. El día antes, el 18, han estado bromeando sobre un negocio que sueña con poner en marcha el segundo, y en el que José Carlos M.L. se encargaría de la seguridad.
-Gregorio Javier G.M.: «¡Eso sí, no quiero detenidos!».
-José Carlos M.L.: «¡No quiero prisioneros! ¡Todos muertos!»
-Gregorio Javier G.M.: «¡Hay un mar estupendo! Todo lo que rodea mi castillo...»
-José Carlos M.L.: «¡El mar se lo bebe todo!».
-Gregorio Javier G.M.: «No quiero que me contéis que habéis matado a alguien. Es una cosa que no quiero saberla».
-José Carlos M.L.: «No te preocupes. ¡Confía en el compi!».
-Gregorio Javier G.M.: «Bueno, sí, me gusta. Me gusta saberlo. Jajaja».
Los investigadores vinculan inmediatamente la conversación con lo ocurrido en Cala Cortina en la madrugada del 11 de marzo. Eso de «el mar se lo bebe todo», se dicen, no parece una mera referencia poética.
Se descubren las escuchas
Micrófonos y localizadores GPS colgando del techo
Con solo sumar dos y dos, los agentes investigados tuvieron que ser conscientes de que estaban en el punto de mira en el preciso momento, ocurrido en el turno de la madrugada del 22 de agosto, en que unos compañeros realizaron un hallazgo tan casual como sorprendente: un micrófono y un localizador GPS instalados en el falso techo de uno de los radiopatrullas. Los policías de servicio esa noche no tardan en encontrar otros dos dispositivos idénticos en sendos coches. Tres aparatos de escucha para tres 'zetas', precisamente aquéllos que se habían dado cita en Cala Cortina el 11 de marzo.
La investigación ya ha dado de sí todo cuanto podía dar. Solo queda echarle el cierre y ponerle un lacito.
A primera hora del lunes, 6 de octubre, los seis agentes de la escala básica, integrantes de los radiopatrullas 'Zeta 54', 'Zeta 56' y 'Zeta 57' son arrestados por sus propios compañeros como sospechosos de delitos de homicidio/asesinato, detención ilegal y, en tres de los casos, de tenencia ilícita de armas.
Todos ellos admiten haberse comportado irregularmente, haber actuado como nunca lo hubiera hecho un buen policía, pero niegan haber matado a Diego. Sostienen que salió corriendo aquella noche y que no volvieron a verlo. Y que luego callaron por miedo.
La titular del Juzgado de Instrucción número 4 de Cartagena, María Antonia Martínez Noguera, ordena el miércoles su ingreso en prisión con un auto en el que enumera hasta once indicios que les señalan como presuntos autores de la muerte de Diego Pérez. De ese vecino de Las Seiscientas, de ese pobre desgraciado, que una noche temió ser asesinado y que, siniestra paradoja, acabó hallando la muerte tras requerir la ayuda de quienes debían haberlo salvado.


DESENCHÚFATE!!

<b>DESENCHÚFATE!!</b>
(Fotografía:El mejillón suicida)