Un
'zeta' camino de la muerte
Diego
Pérez perdió la vida el 11 de marzo, una noche en que temía ser
asesinado; la halló cuando requirió la ayuda de quienes debían
haberlo salvado. «Oye, lo del zumbao este de Las Seiscientas, ¿al
final qué mierda era?», pregunta el operador de la Sala 091.
«Nada. Eso. Se le informó. Se resolvió con presencia», responde
un agente del 'Zeta 54'
RICARDO FERNÁNDEZ |
12 octubre 201418:02
Tiene
miedo. Mucho miedo. Está completamente aterrado. En una de sus manos
temblorosas empuña una ajada Biblia, como si fuera lo único que
pudiera protegerlo. Diego no está bien de la cabeza. Padece
esquizofrenia y cuando no se toma la medicación, lo que ocurre a
menudo, se descontrola. Los nervios se apoderan de su cuerpo escaso y
se pone paranoico. Esta noche, con razón o sin ella, está
convencido de que van a matarle. Toma el móvil y marca el 091, el
teléfono de sus amigos los policías. Porque él es amigo de todo el
mundo. Y especialmente de los policías, que lo saludan cuando se
cruza con ellos por la calle.
-«Comisaría,
buenas tardes», responde el policía de la Sala pese a que
son las 21.28 horas de la noche.
«Buenas
tardes. ¡Que me quieren pegar, que me quieren pegar dos tiros y
estoy aquí en mi casa, encerrao!».
«¿Esto
qué es? ¿Lo has robado? ¿Es que te estás riendo de mí?» Y le
suelta una bofetada que restalla en el silencio de la noche como un
latigazo en el pellejo de una res
Un dicho popular
dice que un perro no come carne de perro. Pero los de Asuntos
Internos nunca se lo aplicaron. Lo primero que hacen es pedir
autorización para instalar micrófonos en los 'zetas'
-«¿Le
quieren pegar dos tiros, quién?»
-«Una
gente, porque cogí dos biciletas sin darme cuenta y y y... ¡y se
las quiero pagar y no me hacen caso!».
-«¿Dónde
es esto?».
-«Yo,
en Las Seiscientas. En la calle Estanislao Rolandi, 231, 2º D».
-«Vale,
pues le digo a un coche que se dé una vuelta a ver si los ve».
Diego
siente un leve alivio. Ya vienen los policías. Sus amigos. Ellos, lo
sabe, lo sacarán del apuro.
A
las 4.31 horas de esa misma madrugada, la del 11 de marzo, Diego
vuelve a marcar el 091. Sus amigos los policías se han dado una
vuelta horas antes, como le habían prometido, pero quienes pretenden
matarlo se habían ocultado y ahora han vuelto a la carga. El agente
de Sala vuelve a tomar nota del requerimiento y efectúa una llamada
interna al 'Zeta 54', en el que viajan los agentes Gregorio Javier
G.M. y José Carlos M.L.. Los mismos que han atendido el primer
servicio.
-Operador:
«Oye, lo del zumbao este de primera hora, el de Las Seiscientas, ¿al
final qué mierda era?»
-Zeta
54: «Nada. Eso. Se le informó. Se resolvió con presencia».
-Operador:
«Es que me ha vuelto a llamar, y dice que están allí con
escopetas, que no sé qué... No sé yo la credibilidad que darle al
zumbao este».
-Zeta
54: «Hombre, tiene pinta de estar un poco... Tenía un libro de
Biblia. Iba leyendo por si lo mataban, para que Dios lo acogiera en
su seno, jajaja. Iba un poco... no sé. Él tenía miedo».
-Operador:
«Le lleváis un chaleco, si eso».
-Zeta
54: «Sí, aquí llevamos un chaleco. Se lo podemos dar. Antes casi
lo invitamos a café, lo que pasa es que no ha querido».
(Se
escucha sonar un teléfono).
-Operador:
«Espérate, que está llamando otra vez».
Seis
de la madrugada
La
puerta de la casa está abierta y ni rastro de Diego
Son
las seis de la mañana cuando Sara sale de su casa. Observa que la
puerta de su vecino de rellano está abierta de par en par y la luz
encendida. Extrañada, vuelve sobre sus pasos y avisa a su marido,
que se asoma por la puerta y llama a Diego por su nombre, sin
resultado. Toma el teléfono y marca el número de Manuel: «Oye -le
informa-, que la casa de tu hermano está abierta y no sabemos por
dónde anda».
El
interpelado comprende en ese mismo instante que algo ha ocurrido.
Diego nunca ha hecho algo así. Para su desgracia, está en lo
cierto. El pequeño de sus hermanos ha desaparecido sin dejar rastro.
Horas más tarde pone una denuncia y la Policía empieza a rastrear
el municipio. Aparecerá dos semanas más tarde. Flotando en el mar.
Con el cuerpo apaleado y el cuello roto. Muerto.
Una
desaparición «inquietante»
La
investigación se centra en el vecino de las bicis
La
tarde antes a su desaparición «inquietante», como con buen tino la
calificó la Policía, Diego tuvo un enganche con uno de sus vecinos.
Los investigadores comprueban que un tal Alberto le había pedido
explicaciones por el robo de dos bicicletas y que había acabado
advirtiéndole de que «al final te voy a meter un tortazo». Pero
después de infinitas gestiones y de decenas de interrogatorios, los
policías judiciales llegan a la conclusión de que no existe
enemistad suficiente contra Diego, ni por parte de Alberto ni de
nadie, que pueda explicar su muerte.
Entre
quienes tienen que prestar declaración están los dos integrantes
del 'Zeta 54' que acudieron a la segunda llamada de auxilio. Afirman
que acudieron ellos solos al lugar, que no vieron nada extraño y que
Diego se quedó en su casa. «Resuelto con presencia», es la
expresión que consta en el parte oficial.
Tras
varias semanas de bandazos, la investigación está en punto muerto.
Los investigadores se miran a sí mismos y se preguntan en qué están
fallando. Qué se les ha pasado por alto. En qué cruce de caminos
tomaron un rumbo equivocado.
Un
día, un amigo de un amigo le cuenta a un policía que le han soplado
que mejor harían los maderos mirando en su propia casa. Bajo las
mismas alfombras donde asientan sus toscos zapatos negros. Que hay
alguien que lo vio todo y que va contando que al desgraciado se lo
llevaron esa noche en un patrulla. Y que ya no regresó. Que, como es
bien sabido, desde entonces reside en un trozo de paraíso que le
prestó San Pedro.
El
poli no guarda el aviso en zurrón agujereado. Con las más efectivas
técnicas de investigación jamás inventadas, que no en otra cosa
consisten que en dejarse las suelas en el asfalto, acaba dando con el
fulano, o con la fulana. Que no se sabe lo que es, pues en ese
momento pasa a adquirir la condición de testigo protegido y con ella
una denominación propia de un robot de La Guerra de las Galaxias
-B-83, lo bautizan-, pero que sí sabe muy bien de lo que habla.
El
relato deja 'ojiplático' al secreta. No tiene que alzar la nariz al
viento para que su olfato de sabueso le anuncie que ahí hay mierda.
A paletadas.
Un
bofetón para ir abriendo boca
«A
la comisaría no. Lo llevamos a la guarida»
El
payo, o la paya, lo que sea, es una mina. Un portento con memoria de
elefante. Relata que eran en torno a las 4.25 horas del 11 de marzo
cuando vio tres 'zetas' plantados frente al edificio donde vivía
Diego. Dos de color azul oscuro y uno blanco, de los antiguos.
Citroën Picasso todos ellos. Cinco agentes fuera de los vehículos y
uno dentro, al volante del patrulla blanco. Y ante ellos un pobre
diablo de aspecto asustado, que responde «nada» cuando el policía
más alto y más cachas, de pelo moreno, corto y con entradas, le
pregunta qué lleva encima.
Cuenta
haber visto cómo el agente cachea a su vecino, que acaba quitándose
la cazadora marrón con que se abriga y dejándola caer al suelo. Y
luego, al policía inquiriéndole de forma agresiva: «¿Y esto qué
es? ¿Lo has robado? ¿Es que te estás riendo de mí?» y soltándole
una bofetada que restalla en el silencio de la noche como un látigo
sobre el pellejo de una res.
«Achoooo,
¿estás loco o qué?», se lamenta Diego, retrocediendo. Acojonado.
Y los cinco policías que entran en sus coches como si la hostia
hubiera puesto un punto y seguido. «Sube al coche», ordena uno de
ellos desde el 'zeta' blanco. Y Diego, sin coraje para negarse, sube
a uno de los azules, sin saber muy bien para qué, ni por qué, ni
-lo que es peor- hacia dónde lo conducen.
«¿Lo
llevamos a comisaría?», vuelve a intervenir el del coche blanco.
«No, lo llevamos a la guarida», zanja el del bofetón, que lleva la
voz cantante. José Luis, parece que se llama.
Los
ojos que nunca duermen
Tres
dotaciones de camino a Cala Cortina
No
resulta difícil constatar que el testigo B-83 lo ha clavado. Los
policías judiciales trazan una ruta imaginaria por la que los
'zetas' habrían llegado hasta Cala Cortina y localizan cuatro
cámaras de seguridad: Dársena de Santiago, Paseo del Muelle
(enfocando la Rotonda de la Grúa Sansón) y túnel que da acceso a
Cala Cortina, que tiene dispositivos de grabación a la entrada y a
la salida.
Ante
la cámara de la Grúa Sansón desfilan entre las 0.48 horas y las
5.00 horas las tres dotaciones policiales a las que el testigo se
refirió: uno de color azul, con el identificador 8B6 escrito en el
techo y que se corresponde con el indicativo 'Zeta 54' (Gregorio
Javier G.M. y José Carlos M.L.); uno blanco, con la clave 10W y que
equivale al 'Zeta 57' (José Antonio C.G. y José Luis S.A.) y otro
más, azul, con el identificador 67G y que responde por 'Zeta 56'
(Raúl A.R. y Rubén Manuel F.S.).
Un
minuto más tarde van desfilando por el túnel, hasta llegar a Cala
Cortina. A La Guarida, que dijo aquél.
Esa
madrugada, los patrullas salen y entran varias veces de la coqueta
cala, sin que en apariencia sus viajes respondan a una lógica. Así
están, yendo y viniendo del casco urbano a la playa y de la playa al
casco urbano hasta las 6.20 horas, en que el 'Zeta 54' emprende el
retorno definitivo.
Queda
poco para amanecer y para que los seis policías acaben su servicio.
Se rigen por el denominado 'turno africano': jornada con servicio de
tarde (14 a 21 horas); jornada con doble servicio de mañana (7 a 14
horas) y de noche (21 a 7 horas); día saliente y dos días libres. Y
vuelta a empezar. Así cada cinco días.
Entran
los de Asuntos Internos
Demasiadas
preguntas y ninguna respuesta
Las
preguntas se apelotonan en los cerebros de los investigadores,
rebotando en las paredes internas del cráneo como una enloquecida
bola de pinball. Y no hay respuestas. ¿Por qué dijeron que solo
había acudido el 'Zeta 54' a Las Seiscientas? ¿Por qué ocultaron
que fueron tres las dotaciones participantes en el servicio? ¿Por
qué se llevaron a Diego a Cala Cortina? ¿Por qué dijeron que todo
se había resuelto sin necesidad de intervención, «con presencia»,
y que el solicitante de ayuda se había quedado en su casa? ¿Por qué
ocultaron lo que sabían sobre la desaparición de Diego? ¿Por qué
siguieron callando cuando se halló el cadáver? ¿Por qué ? ¿Y por
qué...?
Habían
llegado a la convicción de que los seis agentes de la escala básica
-jóvenes, deportistas, impulsivos, cartageneros de nacimiento, con
mujer e hijos en su mayoría, con expedientes limpios de cualquier
reproche...- habían actuado como nunca debiera haberlo hecho un
agente de la autoridad. Un defensor de la ley y el orden. Un servidor
público. ¿Pero eran además unos homicidas? ¿Habían sido capaces
de matar a golpes a ese desgraciado? ¿De retorcerle el cuello con
sus manos, como asegura el forense que había ocurrido?
Había
llegado el momento de dar un salto cualitativo. De poner el asunto en
conocimiento de Asuntos Internos. Algo que equivale a invocar al dios
de las tormentas.
Micrófonos
ocultos
Hechuras
de macarra bajo el uniforme
Los
indicios contra los componentes de las tres dotaciones se multiplican
con cada gestión. Los policías judiciales comprueban en las
imágenes de las cámaras de seguridad que esa noche se cruzaron en
Cala Cortina con dos patrullas de la Autoridad Portuaria. Los agentes
de seguridad del puerto así lo confirman. Relatan la extrañeza que
les causó observar el trasiego de 'zetas' por tan apartada zona y
cómo interpelaron a uno de los agentes acerca de los motivos.
«Estamos aburridos; jugando al escondite», fue la desabrida
respuesta que recibieron.
Hay
un dicho popular que afirma que un perro no come perro. Los de
Asuntos Internos nunca se lo aplicaron. Su primera decisión es
instalar micrófonos en los vehículos que utilizan las tres
dotaciones sospechosas. La juez lo autoriza el 11 de junio y los tres
'zetas' empiezan a recorrer la ciudad con el 'bicho' dentro. También
se da luz verde a la intervención de sus llamadas telefónicas y de
sus mensajes SMS.
La
cigarra tarda poco en empezar a cantar. Dos días más tarde, pasada
la una y media de la tarde, José Luis S.A., que comparte servicio
con su compañero José Antonio C.G. en el 'Zeta 57', se pone a
hablarle del «hijoputa ese, el gordo del otro día, lo veo con la
gorra mirando entre los coches... Se ve que no le han dado bien».
-José
Antonio C.G.: «Está muy chulo».
-José
Luis S.A: «Le vamos a dar una de éstas... que se va a cagar»
-José
Antonio C.G.: «Le vamos a dar una en condiciones, ¿eh?».
-José
Luis S.A: «El sábado que viene voy a coger una goma, que ya estoy
hasta el capullo de no tener goma, da igual el primero que se deje
una goma que me la quedo, y con las mismas hacerle el rodaje al gordo
ese».
-José
Antonio C.G.: «Y empezar a tirarle sartenazos donde pillemos»
-José
Luis S.A: «A las rodillas»
-José
Antonio C.G.: «Tío, ahí. Con el gordo ese vamos a disfrutar».
El
19 de junio, unos minutos después de la una de la madrugada, la
misma patrulla identifica a un joven por estar consumiendo droga en
la vía pública. El micrófono registra con claridad cómo José
Luis S.A. vuelve a tomar la iniciativa.
-«Chacho,
¿tú que crees? ¿Que somos gilipollas? ¡Ponte ahí!».
E
inmediatamente después, el chasquido de un bofetón y el grito que
surge de la garganta del chaval.
-
«Eso por decirme que no llevas na. ¿Llevas algo más? Conforme
sigas sacando pues te vamos a... a ir dando ya. Al mismo compás».
Su
compañero bromea instantes más tarde. «¡Le has dado un gomazo que
pa qué!».
-
«Le he dado un tortazo. ¡Si no llevaba goma!».
-
«Ahhh, es verdad. Pues ha sonado a gomazo». Y a otro asunto, que la
noche es larga.
A
las tres menos cuarto de la mañana José Antonio le pide que se
dirija hacia donde tiene su vivienda particular, pues hay un chorizo
por la zona que no deja de reventar trasteros y garajes. «Lo mato a
palos. Si lo pillo cerca del Mercedes muere», advierte. «Cojo las
balas estas que me ha dado mi padre...».
-
«Claro, coges el revólver, te iba a decir yo ahora, y aquí no ha
pasado nada».
-«Y
aquí no iba a pasar ni plas. Del nueve corto quiero yo balas, si
tienes tú por ahí», insiste José Antonio.
-
«Tengo pocas... la furgoneta. Vamos a probarlas ya. ¡Pa, pa, pa,
pa!».
Sus
compañeros del 'Zeta 54', José Carlos M.L. y Gregorio Javier G.M.
no se quedan atrás. El día antes, el 18, han estado bromeando sobre
un negocio que sueña con poner en marcha el segundo, y en el que
José Carlos M.L. se encargaría de la seguridad.
-Gregorio
Javier G.M.: «¡Eso sí, no quiero detenidos!».
-José
Carlos M.L.: «¡No quiero prisioneros! ¡Todos muertos!»
-Gregorio
Javier G.M.: «¡Hay un mar estupendo! Todo lo que rodea mi
castillo...»
-José
Carlos M.L.: «¡El mar se lo bebe todo!».
-Gregorio
Javier G.M.: «No quiero que me contéis que habéis matado a
alguien. Es una cosa que no quiero saberla».
-José
Carlos M.L.: «No te preocupes. ¡Confía en el compi!».
-Gregorio
Javier G.M.: «Bueno, sí, me gusta. Me gusta saberlo. Jajaja».
Los
investigadores vinculan inmediatamente la conversación con lo
ocurrido en Cala Cortina en la madrugada del 11 de marzo. Eso de «el
mar se lo bebe todo», se dicen, no parece una mera referencia
poética.
Se
descubren las escuchas
Micrófonos
y localizadores GPS colgando del techo
Con
solo sumar dos y dos, los agentes investigados tuvieron que ser
conscientes de que estaban en el punto de mira en el preciso momento,
ocurrido en el turno de la madrugada del 22 de agosto, en que unos
compañeros realizaron un hallazgo tan casual como sorprendente: un
micrófono y un localizador GPS instalados en el falso techo de uno
de los radiopatrullas. Los policías de servicio esa noche no tardan
en encontrar otros dos dispositivos idénticos en sendos coches. Tres
aparatos de escucha para tres 'zetas', precisamente aquéllos que se
habían dado cita en Cala Cortina el 11 de marzo.
La
investigación ya ha dado de sí todo cuanto podía dar. Solo queda
echarle el cierre y ponerle un lacito.
A
primera hora del lunes, 6 de octubre, los seis agentes de la escala
básica, integrantes de los radiopatrullas 'Zeta 54', 'Zeta 56' y
'Zeta 57' son arrestados por sus propios compañeros como sospechosos
de delitos de homicidio/asesinato, detención ilegal y, en tres de
los casos, de tenencia ilícita de armas.
Todos
ellos admiten haberse comportado irregularmente, haber actuado como
nunca lo hubiera hecho un buen policía, pero niegan haber matado a
Diego. Sostienen que salió corriendo aquella noche y que no
volvieron a verlo. Y que luego callaron por miedo.
La
titular del Juzgado de Instrucción número 4 de Cartagena, María
Antonia Martínez Noguera, ordena el miércoles su ingreso en prisión
con un auto en el que enumera hasta once indicios que les señalan
como presuntos autores de la muerte de Diego Pérez. De ese vecino de
Las Seiscientas, de ese pobre desgraciado, que una noche temió ser
asesinado y que, siniestra paradoja, acabó hallando la muerte tras
requerir la ayuda de quienes debían haberlo salvado.