Por El Pi
El niño, invadia con su arma mortal (la escoba o la espumadera de teflón, cualquiera servía) territorios misteriosos e inespugnablesde de su casa. Levantaba grandes barricadas con baldes, almohadas o sillas para parar el embiste enemigo.
Hacía tiempo la batalla llevaba un curso desconocido. Hoy sería el último enfrentamiento, la vida y la muerte casi caminaban por la misma corniza. Era el día elegido para asaltar y destruir de una vez por todas al Enemigo.
Conquistó su cuarto en busca de aliados que lo ayuden -Vamos, siganme. La batalla no está perdida. Debemos recuperar el territorio perdido, cueste lo que cueste- le gritaba a su séquito de peluches que lo socorrian en su lucha.
Corría de un lado a otro, gritando, saltando. El campo de batalla tenía obstaculos por todos lados. Enormes fieras atacaron su paso -A la Cucha! Sultán. Estamos a punto de tomar el campo enemigo. Tu no me lo impediras, maldito rufián- le gritaba. Así, el Gran Guardián del Enemigo corrió derrotado a su morada del jardín.
-Capitan, el flanco Derecho que iba a atacar el cuarto de la Abuela ha caído. Piden refuerzos- espetaba una voz -Muy bien, primero debemos atacar por sorpresa al Enemigo que está en el living. Una vez caido iremos en su ayuda- se contestaba el niño.
Sigilosamente el escuadrón llegó a la tierra enemiga. El Gran Señor Enemigo estaba a su espalda, despreocupado, soberbio. Era el momento de atacar, era ahora o nunca. El niño se armó de valor.
-A la carga!- gritó
-No muevas el sillón, gurí de mierda!- le grito esa voz terrible.
-Quedate quieto niño, no rompas los huevos. ¿Que haces traspirando así?- gritaba su madre. -Prendé la televisión y dejate de romperme las bolas!-
El niño, con sus ojos rojos de represión, se arrinconó en ese living. Prendió el Tubo. Unos monigotes violetas bailaban.
El enemigo lo había derrotado.
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Ignacio Copani - Afectos Especiales