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domingo, 18 de mayo de 2014

El Ministro Tuitero

El ministro tuitero


Por Ana Pastor
Periodista

«Roja». «Facha». «Vendida». «Entregada al poder». «Puta». «Hija de la grandísima puta». «Cállate zorra». «No tienes ni puta idea de hacer entrevistas, en una esquina serías mucho más eficiente». «Cerda». «Deberían degollarte las tropas moras de Franco». «Solicito permiso para meterte en un campo de concentración en el ala de violadores inmigrantes». Hace tres o cuatro años que comencé a usar Twi-tter. No recuerdo la fecha exacta, pero sí que dos amigos de TVE me abrieron la cuenta y me animaron a usarla. No tardé mucho en engancharme e incorporar esta herramienta a mi trabajo. La verdad es que desde el principio entendí cuál era la regla fundamental: que no había reglas.

Así que, una vez que decides estar, aceptas los debates que se generan en torno a tu forma de entender el periodismo, sobre las entrevistas del programa o sobre tu visión de la realidad. Aceptas también las críticas, las rebates si crees que hay que hacerlo e incluso lees con atención aquellas fundamentadas que pueden hacer que tu trabajo sea más riguroso. Pero un día trazas una línea. Ni siquiera es el día en el que te llaman «puta» porque has entrevistado a un político y le has apretado en algunas preguntas relacionadas con la corrupción. Ese día muestras tu amargura por la falta de argumentos y el exceso de machismo. Pero nada más. Semanas después te empiezan a llegar amenazas de muerte directas a las que no das importancia porque piensas que cualquier persona en Twitter desde el anonimato puede escribir ese tipo de cosas. Sin embargo, otro día un amigo te pide que pongas ahí la línea roja. Te pide que lo denuncies. La policía también te recomienda que lo hagas porque si te ocurre algo no habrá que lamentar que se podría haber evitado.

Denuncia y olvido

Así que un día festivo, aprovechando que no trabajas y que esas amenazas e insultos han ido a más, decides ir a una comisaría y denunciarlo. Y ahí se queda el tema. Te olvidas y sigues a lo tuyo. No eres la primera persona a la que le ocurre ni serás la última. Meses después te llega a casa una carta certificada donde te comunican que la justicia ha decidido que «puta» no es un insulto y que pedir que te corten el cuello no es una amenaza. Y no te queda otra que aceptar. Si se aceptara cada denuncia como esta colapsaríamos aún más los tribunales. Al fin y al cabo, es Twitter. Por la calle nadie te ha dicho nunca semejante cosa. Así que sigues a lo tuyo.

Y hace dos días escuchas al ministro del Interior decir que hay que investigar Twitter porque es un lugar donde se insulta y amenaza. Y lees que detienen a un joven por insultar e «incitar a la violencia en las redes sociales». Debe ser que el ministro se acaba de abrir una cuenta en la red. Y por eso no ha podido leer cosas anteriores contra Pilar Manjón, Irene Villa y mucha otra gente. Es posible. O debe ser que no todos somos iguales.

Fuente:
http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/ministro-tuitero-3275148

viernes, 16 de mayo de 2014

El ministro del Interior es tonto

El ministro del Interior es tonto

Eran otros tiempos, aunque cada día se parecen más a estos, o estos a aquellos. En algunos bares, rótulos admonitorios prohibían cantar, bailar y hablar de política aunque fuera para bien. Según una leyenda urbana de entonces, camuflados entre los parlanchines parroquianos, torvos policías de paisano acechaban a los infractores que por influjo del alcohol se soltaban la lengua y, por ejemplo, contaban chistes de Franco en los que el “excelentísimo” era ridiculizado y quedaba a la altura del betún de sus botas. Una de las variaciones más difundidas de la leyenda decía así: un parroquiano, más o menos borracho, hacía rodar por el mostrador un duro con la efigie caudillesca que figuraba en ella “por la gracia de Dios”, y decía: “Franco en bicicleta”, hasta que una zarpa, surgida de las sombras, se hacía con la moneda, otra se descargaba sobre su hombro y una voz a sus espaldas pronunciaba estas fatídicas palabras: “Su Excelencia, el Jefe del Estado, en bicicleta y usted andando a la comisaría”. La versión que me contaron terminaba con el bocazas haciendo rodar la moneda por el mostrador de la comisaría y repitiendo: “Su Excelencia el Jefe del Estado en bicicleta”. Cada vez que la moneda caía de plano, a él llovían manotazos en la nuca y bofetadas a traición que solo cesaban cuando el duro volvía a rodar acompañado de la misma cantinela.

Hoy esa policía, mejor dotada y ubicua, se prepara para someter a un cerco invisible pero férreo a los parroquianos más deslenguados de la red. A esos tuiteros que hacen chistes políticos en los corrillos mediáticos y se desfogan y desahogan con exabruptos insultantes y amenazadores, muy alejados de la corrección política. La pupila electrónica del Gran Hermano orwelliano se afina para ver al detalle hasta nuestros más ocultos pensamientos en cuanto salen de nuestras bocas o de nuestros dedos insumisos”. “Dios lo ve todo, el pasado, el presente, el futuro y hasta nuestros más ocultos pensamientos”, así rezaba el catecismo. Sustituyan a Dios por su vicario Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior y de lo anterior, con vocación de Gran Inquisidor del reino (así empezó el cardenal Ratzinger y le hicieron papa), un ministro “chupacirios” y “meapilas”, aprovecho para despedirme de semejantes epítetos en este artículo, cuyo título es una mera provocación, no volverá a ocurrir, al fin y al cabo uno comenzó en este oficio del periodismo aprendiendo a leer y a escribir entre líneas, bueno para el ingenio y para el bolsillo en cuanto entre en vigor la vigoréxica ley mordaza que castigará con graves multas la blasfemia y la palabra soez, la mala educación y, probablemente, las faltas de ortografía en la red. Se van a forrar, que es de lo que se trata.

Si semejante contraley sale adelante despídanse de leer algunos de los titulares que aparecían ayer en la portada de este diario. “La gente está hasta los cojones de los políticos”, titulaba el compañero Arturo González despidiéndose, supongo, de tan ofensiva forma de expresarse. La libertad de expresión tiene un límite y nuestra paciencia también, así que dense por avisados, nos dice el gobierno. En el caso de los artículos de opinión, ciertas licencias pueden ser lícitas pero recuerden otro titular del jueves en Público: “La Familia Real está implicada en casos de corrupción según el 85% de los españoles. ¿Lo han leído en el Ministerio? Vayan preparando la denuncia contra este periódico, contra Arturo Fernández y contra ese 85% de españoles que suscriben tan afrentosa declaración. Vayan tomando mis datos, ¡gilipollas!… Ah, que ya los tienen, vale.

Aviso para navegantes, estimados lectores cuiden sus comentarios, Big Brother acecha y los caminos del señor Fernández son inescrutables y están lleno de trampas saduceas.

(http://blogs.publico.es/moncho-alpuente/2014/05/16/el-ministro-del-interior-es-tonto/)

DESENCHÚFATE!!

<b>DESENCHÚFATE!!</b>
(Fotografía:El mejillón suicida)