¿Es eficiente privatizar?
Por Miguel García, miembro del colectivo EconoNuestra(*)19 mar 2013
(*)EconoNuestra es un colectivo formado por economistas –académicos, investigadores, estudiantes, periodistas– y por todos aquellos que, desde muy diversos ángulos profesionales, se quieren comprometer en el impulso del debate económico desde “otra visión”. Nuestra intención es la de contribuir al diálogo social y a las soluciones políticas con una economía diferente a la del fundamentalismo del mercado. Además, aspiramos a convertirnos en una plataforma de información, formación, propuesta y debate, desde una perspectiva de economía crítica, sobre aquellos asuntos que están en el corazón de la crisis sistémica y que, al mismo tiempo, conectan con la agenda estratégica surgida del movimiento 15M
(http://blogs.publico.es/econonuestra/2013/03/19/es-eficiente-privatizar/)
Decía el polémico economista J.K. Galbraith que la mayoría de los fenómenos económicos de importancia podían explicarse a través del lenguaje común y sencillos ejemplos; cuando las explicaciones van recubiertas de supuesto vocabulario científico y humo matemático, suelen buscar legitimar intereses particulares más que explicar el fondo de los problemas.
La cuestión de la privatización y su supuesta eficiencia esotérica, basada en las milagrosas propiedades del afán de beneficio en cualquier momento y lugar, es un magnífico ejemplo. Nos toman por idiotas.
Si nos liberamos por un segundo de la ideología dominante y nos preguntamos fríamente de qué depende la eficiencia, la respuesta seguramente irá encaminada a hablar de unos objetivos congruentes basados en unos criterios de organización y gestión adecuados ¿Es entonces el tipo de propiedad lo más inmediato para relacionar con la eficiencia? No parece lo más natural.
La evidencia también se muestra tozuda frente al neoliberalismo; algunos ejemplos: El agua que con tanto ahínco buscan privatizar en Madrid, volvió a ser recuperada y convertida en una empresa rentable en Paris. Tampoco parecen ser buenas las experiencias de los ferrocarriles privatizados en Argentina y Reino Unido, hundidos ante la falta de inversión. ¿Y la sanidad? No parece ser que el amado modelo estadounidense, que permite morir a ciudadanos de enfermedades tratables, sea además, ningún ejemplo de ahorro.
Se acusa al sector público de tendencia a la burocratización, de generar organigramas ineficientes, como si el sector privado estuviera inmunizado cual superhéroe ante estos males. Pero los gigantes ineficientes de pies de barro, tampoco parecen entender de propiedad si miramos las antaño imbatibles Ford o General Motors postradas y rescatadas, o como empresas chinas de capital mixto han demostrado desde el pragmatismo de la ausencia de derechos, ser mejores explotadores que muchos de sus competidores del “purismo del libre mercado”.
Aun así, aceptemos la premisa: el sector privado es más eficiente por definición. Y entonces miremos un poco más allá, haciéndonos la pregunta que sesudos analistas omiten hacer: ¿Qué entendemos por eficiencia?
Si nos atenemos a la visión convencional, empresa eficiente es un eufemismo de empresa rentable; cuanto más mejor. Parece lógico que las empresas actúen de este modo, aunque es cuestionable el hecho de sustituir la palabra rentable o lucrativa por eficiente, para revestirlo todo de una supuesta carga científica. Otra vez, si miramos un poco más allá, comienzan a surgir los problemas debajo de la alfombra.
¿Es la sanidad más rentable la más eficiente? Pongamos un sencillo ejemplo: El antiguo paciente de la sanidad pública es ahora un cliente de la eficiente sanidad privada. Bien, si nos encontramos sujetos a la lógica de la máxima rentabilidad como criterio, y el gestor privado del hospital tiene la opción de elegir entre curar una enfermedad o cronificar la misma con tratamientos paliativos ¿Cuál será su incentivo? Asusta pensarlo, pero en marketing lo llaman fidelización del cliente.
Pensemos también en la agricultura, y en el peligro latente de las llamadas semillas terminator, esterilizadas para hacer dependientes año a año a los pequeños productores. Tampoco nadie duda de lo rentable que resulta destruir la también privatizada IBERIA, no para los trabajadores claro, sino para los eficientes bolsillos de los corsarios financieros. ¿Hacer negocio con la muerte? Seguro que privatizar cementerios y cobrar tasas por mantener los nichos es eficiente, es decir, rentable.
No deberíamos sorprendernos, el ataque a lo común va mucho más allá de lo que queremos ver y se dirige a la esfera local, amenazando la realidad de miles de pequeños municipios; por definición ineficientes, prescindibles por tanto, como sus urgencias sanitarias. Con el anteproyecto de ley de reforma municipal se abre la veda: el agua de los municipios, la gestión de residuos, mercados centrales como Mercamadrid o cementerios pasarán a ser objetivos prioritarios. Una ley nacional para una imposición europea, como casi siempre. Al menos, se agradece la claridad en los objetivos buscados:
“(…) se suprimen monopolios municipales que venían heredados del pasado y que recaen sobre sectores económicos pujantes en la actualidad.” Anteproyecto de Ley para la Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local
¿Pero no habíamos quedado en que lo público siempre es ineficiente? Sorprende entonces que se acuse a los municipios de acaparar actividades rentables y no deficitarias. ¿Potencialmente demasiado rentables para ser públicas? También es llamativo que la mayoría de las hoy punteras grandes multinacionales españolas, procedan del oxidado sector público español; la herencia recibida a precio de saldo no debió ser tan mala como se ha querido hacer ver desde determinadas esferas de poder.
Cuanto más avanzamos más dudoso parece el otorgar características milagrosas al afán de privatizar, y menos demoniacas las características que presenta el sector público. Esto nos podría llevar a pensar que la propiedad al fin y al cabo no importa, como parece querer demostrar la experiencia China. Nada más lejos de lo que quiere mostrar este artículo.
La propiedad en última instancia claro que importa; y mucho. Importa porque solo desde fuera de la empresa privada podemos entender la eficiencia como algo diferente al máximo beneficio económico: la eficiencia en pro del beneficio social, la única compatible con un desarrollo ecológicamente sostenible, con no esquilmar ecosistemas bajo la lógica de la ganancia. Importa porque, al fin y al cabo, todo el mundo prefiere ser el dueño del fruto de su trabajo a vivir con un salario cada vez más precario, subempleado en un puesto de trabajo donde no comprendes muy bien para qué estudiaste tantos años aquello que te gustaba.
Sin duda, pura utopía a día de hoy. Quizá, abrir los ojos ante las mentiras que se convierten en verdad de tanto repetirse, sea el impulso que nos haga caminar hacia una sociedad donde la eficiencia, sea algo más que el afán insaciable de lucro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario